Los niños eran todos muy amigos. Se llevaban muy bien, jugaban juntos en los recreos, se invitaban a sus cumpleaños y hacían muchas excursiones en las que aprendían y se divertían muchísimo.
Habían estado en conciertos, en bibliotecas, museos, en el zoo en la granja y siempre se lo habían pasado genial. La próxima excursión que estaba prevista iba a ser al campo. Podrían ver árboles y plantas con sus flores, correr, saltar y pasar un estupendo día al aire libre. Todos esperaban con ganas e ilusión esta salida.
El día anterior su profesora les recordaba, además de enviar una nota a los padres, que tenían que llevar todos el chándal del colegio, una gorra, y una mochila con unos bocadillos y agua. Esa tarde, en casa, los chavales vigilaban a sus padres para que todo estuviera preparado y no faltase de nada.
Y al fin llegó el día de la esperada excursión. Se habían levantado de un salto, se habían lavado y desayunado con una rapidez desacostumbrada y se habían vestido solos a toda prisa. Antes de la hora habitual de salida, ya estaban en la puerta de la calle, listos y con su mochila preparada. . Todos llegaron puntuales, pues ninguno se quería quedar en tierra y habían metido prisa a sus papás. Subieron al bonito autocar azul que les iba a llevar a su destino y por el camino fueron cantando canciones muy divertidas que se sabían de clase y de la granja escuela.
El trayecto no fue muy largo. En poco más de una hora, a pesar del tráfico matutino, estaban llegando a un lindo paraje con árboles y una gran pradera en la que lucía hermoso y cálido el sol primaveral.
Descendieron del autobús y siguiendo las instrucciones de sus profesores

Comenzaron a escuchar las explicaciones que les daban sobre las plantas que allí había. Aprendieron que los enormes árboles que daban sombra eran pinos y que de ellos podíamos obtener piñones, que se usaban para cocinar y que, tostados, estaban muy ricos. Pudieron ver, de lejos, alguna ardilla entre las altas ramas de los árboles y un par de conejos que se escondieron a toda prisa en sus madrigueras.
También vieron pájaros y su profesora les enseñó un nido que se podía adivinar entre el ramaje. Les explicó que el nido era la “casa” de los pájaros y que allí ponían sus huevos de los que, después de un tiempo, nacerían sus pollitos.
Luego comenzaron a jugar. Los profesores y monitores habían preparado un montón de juegos divertidísimos y todos participaron con ganas, riendo como locos. Se lo estaban pasando en grande.
A la hora de la comida, con todo el ejercicio que habían hecho, todos tenían un apetito feroz y dieron buena cuenta del contenido de las mochilas. Estaba todo riquísimo. Además, las mamás habían incluido alguna “chuche”: bolsas de patatas, chocolatinas, etc. y entre todos comenzaron un intercambio para poder probar todos, de todo.
Reposaron la comida mientras la profesora les leía un cuento y se quedaban ligeramente adormilados. Había sido mucho ejercicio y estaban bastante cansados.
Cuando comenzaron a despabilarse, la profesora les llamó y se juntaron en un extremo de la pradera.
- Mirad –les dijo la profesora-
- ¿Qué tenemos que mirar? Preguntaron ellos
- Fijaos bien. ¿No notáis nada? ¿Algo que ahora está y que cuando llegamos no estaba así?
Los niños, pensativos, miraban pero no veían a lo que se refería su profesora.
- Mirad con atención, es algo que no estaba antes y que habéis dejado vosotros…
Al final uno de los niños, con voz algo tímida dijo:
- ¿Son las bolsas de la comida?
- Efectivamente –confirmó la profesora- Son las bolsas de plástico de la comida, las bolsas de patatas, los envoltorios de los bocadillos, las botellas de agua… Todo eso es basura y si la dejamos ahí va a envenenar el campo que tanto nos ha gustado. Además ¿creéis que es bonito así?
- ¡Nooooo! Dijeron todos los niños a coro.
- Pues pensad que el que venga detrás de nosotros a pasar un rato agradable en esta pradera se va a encontrar con toda la basura que hemos dejado y se va a sentir triste y mal al ver que el campo está sucio. Todo eso que habéis tirado puede matar a las plantas y a los animales que tanto os han gustado. ¿Qué podemos hacer?
- ¡Recogerlo! Gritaron todos al tiempo.
- Pues venga. Haced una hilera, para cubrir todo el campo, y que cada uno vaya recogiendo lo que quede al alcance de su mano. ¡Que quede todo como estaba cuando llegamos! ¿De acuerdo?
- ¡Síiiii!
Y los niños, unos al lado de los otros, hicieron una gran hilera que abarcaba toda la pradera y fueron recogiendo todo

- Recordad, les dijo la profesora. El campo es la casa de todos y entre todos hemos de cuidarlo para que esté siempre limpio y bonito. Además, la salud de los animales y las plantas depende de que nosotros sepamos cuidarlo para que dure muchos años y podamos siempre disfrutar de él y divertirnos.
Los niños, con la lección bien aprendida, fueron recogiendo sus mochilas y subiendo al autobús. Había sido un día largo, cansado y muy, muy divertido. Además, habían aprendido que la única forma de cuidar el campo es que cada uno tenga cuidado con lo suyo.
En el autobús ya de regreso, comenzaron a cantar pero poco a poco el sueño les iba ganando. El que más y el que menos soñaba con un prado limpio, lleno de flores, conejos, árboles y pájaros.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.