martes, 21 de abril de 2009

Una excursión al campo

Érase una vez, en un colegio muy bonito de Madrid, unos niños que estudiaban el curso de segundo de educación infantil.

Los niños eran todos muy amigos. Se llevaban muy bien, jugaban juntos en los recreos, se invitaban a sus cumpleaños y hacían muchas excursiones en las que aprendían y se divertían muchísimo.

Habían estado en conciertos, en bibliotecas, museos, en el zoo en la granja y siempre se lo habían pasado genial. La próxima excursión que estaba prevista iba a ser al campo. Podrían ver árboles y plantas con sus flores, correr, saltar y pasar un estupendo día al aire libre. Todos esperaban con ganas e ilusión esta salida.

El día anterior su profesora les recordaba, además de enviar una nota a los padres, que tenían que llevar todos el chándal del colegio, una gorra, y una mochila con unos bocadillos y agua. Esa tarde, en casa, los chavales vigilaban a sus padres para que todo estuviera preparado y no faltase de nada.

Y al fin llegó el día de la esperada excursión. Se habían levantado de un salto, se habían lavado y desayunado con una rapidez desacostumbrada y se habían vestido solos a toda prisa. Antes de la hora habitual de salida, ya estaban en la puerta de la calle, listos y con su mochila preparada. . Todos llegaron puntuales, pues ninguno se quería quedar en tierra y habían metido prisa a sus papás. Subieron al bonito autocar azul que les iba a llevar a su destino y por el camino fueron cantando canciones muy divertidas que se sabían de clase y de la granja escuela.

El trayecto no fue muy largo. En poco más de una hora, a pesar del tráfico matutino, estaban llegando a un lindo paraje con árboles y una gran pradera en la que lucía hermoso y cálido el sol primaveral.

Descendieron del autobús y siguiendo las instrucciones de sus profesores ordenaron las mochilas bajo un gran árbol y se pusieron las gorras.

Comenzaron a escuchar las explicaciones que les daban sobre las plantas que allí había. Aprendieron que los enormes árboles que daban sombra eran pinos y que de ellos podíamos obtener piñones, que se usaban para cocinar y que, tostados, estaban muy ricos. Pudieron ver, de lejos, alguna ardilla entre las altas ramas de los árboles y un par de conejos que se escondieron a toda prisa en sus madrigueras.
También vieron pájaros y su profesora les enseñó un nido que se podía adivinar entre el ramaje. Les explicó que el nido era la “casa” de los pájaros y que allí ponían sus huevos de los que, después de un tiempo, nacerían sus pollitos.

Luego comenzaron a jugar. Los profesores y monitores habían preparado un montón de juegos divertidísimos y todos participaron con ganas, riendo como locos. Se lo estaban pasando en grande.

A la hora de la comida, con todo el ejercicio que habían hecho, todos tenían un apetito feroz y dieron buena cuenta del contenido de las mochilas. Estaba todo riquísimo. Además, las mamás habían incluido alguna “chuche”: bolsas de patatas, chocolatinas, etc. y entre todos comenzaron un intercambio para poder probar todos, de todo.

Reposaron la comida mientras la profesora les leía un cuento y se quedaban ligeramente adormilados. Había sido mucho ejercicio y estaban bastante cansados.

Cuando comenzaron a despabilarse, la profesora les llamó y se juntaron en un extremo de la pradera.

- Mirad –les dijo la profesora-

- ¿Qué tenemos que mirar? Preguntaron ellos

- Fijaos bien. ¿No notáis nada? ¿Algo que ahora está y que cuando llegamos no estaba así?

Los niños, pensativos, miraban pero no veían a lo que se refería su profesora.

- Mirad con atención, es algo que no estaba antes y que habéis dejado vosotros…

Al final uno de los niños, con voz algo tímida dijo:

- ¿Son las bolsas de la comida?

- Efectivamente –confirmó la profesora- Son las bolsas de plástico de la comida, las bolsas de patatas, los envoltorios de los bocadillos, las botellas de agua… Todo eso es basura y si la dejamos ahí va a envenenar el campo que tanto nos ha gustado. Además ¿creéis que es bonito así?

- ¡Nooooo! Dijeron todos los niños a coro.

- Pues pensad que el que venga detrás de nosotros a pasar un rato agradable en esta pradera se va a encontrar con toda la basura que hemos dejado y se va a sentir triste y mal al ver que el campo está sucio. Todo eso que habéis tirado puede matar a las plantas y a los animales que tanto os han gustado. ¿Qué podemos hacer?

- ¡Recogerlo! Gritaron todos al tiempo.

- Pues venga. Haced una hilera, para cubrir todo el campo, y que cada uno vaya recogiendo lo que quede al alcance de su mano. ¡Que quede todo como estaba cuando llegamos! ¿De acuerdo?

- ¡Síiiii!

Y los niños, unos al lado de los otros, hicieron una gran hilera que abarcaba toda la pradera y fueron recogiendo todos los restos que se encontraron. Luego, los metieron en una gran bolsa que la profesora les dio y la dejaron en el autobús para tirarla a los contenedores de basura cuando llegaran a casa.

- Recordad, les dijo la profesora. El campo es la casa de todos y entre todos hemos de cuidarlo para que esté siempre limpio y bonito. Además, la salud de los animales y las plantas depende de que nosotros sepamos cuidarlo para que dure muchos años y podamos siempre disfrutar de él y divertirnos.

Los niños, con la lección bien aprendida, fueron recogiendo sus mochilas y subiendo al autobús. Había sido un día largo, cansado y muy, muy divertido. Además, habían aprendido que la única forma de cuidar el campo es que cada uno tenga cuidado con lo suyo.

En el autobús ya de regreso, comenzaron a cantar pero poco a poco el sueño les iba ganando. El que más y el que menos soñaba con un prado limpio, lleno de flores, conejos, árboles y pájaros.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.