jueves, 25 de octubre de 2007

Diego y el Dragón

Érase una vez, un reino muy muy lejano que tenía su torre, su princesa encerrada y su dragón. Es decir, era un reino como es debido.

En este cuento, la princesa se llamaba Nosé y era una niña rubia, con largas trenzas y unos ojos azules muy muy grandes. De pequeña el malvado dragón Escupefuego, la había secuestrado y encerrado en la torre para que cantara para él, pues Nosé cantaba muy bien, y todos sabemos que a los dragones les gusta mucho que les canten.

Multitud de famosos caballeros habían intentado el rescate de la princesa. Poderosos, bien armados de lanza, daga, espada y grandes escudos de colores, con relucientes armaduras y yelmos terminados en penachos de plumas y con grandes caballos de fiera mirada, que resoplaban con fuerza, deseosos de enfrentarse con cualquiera. Sin embargo, pese a su fuerza, sus armas y su experiencia todos ellos habían sido derrotados por Escupefuego y habían tenido que huir del reino sin lograr su propósito de liberar a la princesa.

Y los meses pasaban y el Rey, padre de Nosé, estaba cada vez más desesperado. Nadie lograba rescatar a su hija.

Decidió ofrecer una gran recompensa para quien lograra liberar a la princesa y mandó a sus pregoneros para que convocaran a todos los habitantes del reino y les informaran de su decisión.

Y así, pueblo tras pueblo, aldea tras aldea, los pregoneros llegaban a la plaza del pueblo, tocaban su cuerno y todos acudían a escuchar el mensaje del Rey. Al final llegaron a Pueblopequeño, una aldea muy chiquitita en la que vivía el inteligente Diego con sus padres y sus hermanos. Diego acudió junto a su familia a escuchar al pregonero, y así se enteró de que la princesa esta prisionera.

Se enfadó mucho, pues él, a quien le encantaba correr, saltar, y jugar, pensaba que sería muy malo y aburrido estar encerrado y decidió que también él intentaría liberar a la princesa. No le importaba la recompensa, pero no quería que la princesa estuviera ni un minuto más prisionera del dragón.

Con las cosas que encontró en el granero se preparó una armadura, eso si, un poco rara, y con su espada de plástico y su casco de romano, cabalgó a Viento, su amigo, un precioso caballo blanco, rápido como el rayo.

Después de varios días de cabalgar sin descanso, se fueron acercando al castillo en el que Escupefuego tenía recluida a la princesa. Desde mucha distancia adivinaron que habían acertado con el camino pues el terrible olor del dragón les hacía llorar y les daba mucho asco.

Con precaución y muchísimo cuidado, lentamente, se escondió tras unas rocas y se asomó para ver por primera vez al dragón. ¡Que miedo! Era enorme y feísimo, con un cuello muy largo, una cabeza con tres cuernos y una boca con espantosos dientes por la que arrojaba fuego. Era rojo y tenía un cuerpo descomunal, muy gordo, y una cola de la que no se veía el fin. Estaba cubierto de escamas, como los peces y las lagartijas, pero muy muy duras y eso explicaba que todos los caballeros hubieran fracasado. ¡El dragón tenía su propia armadura que las espadas y las lanzas no podían atravesar!

Diego, un poco asustado, se retiró y acampó en una pradera lejos de allí para que el dragón no les descubriera. Encendió una hoguera, dio de comer a Viento y se puso a pensar…

Él era más pequeño y menos fuerte que los grandes caballeros que lo habían intentado antes. Además su espada era de plástico y su armadura… bueno, su armadura digamos que no aguantaría mucho. Él solo tenía su inteligencia, así es que…. ¡usaría su inteligencia!

Y se puso a pensar, a pensar y a pensar. Dio vueltas a muchas posibilidades pero sin armadura, casco, escudo, lanza, espada, daga… sería muy vulnerable y ligero. ¿Ligero? ¡Si!, ¡ligero! Eso era, ahí estaba la solución. Los caballeros que lo habían intentado hasta ese momento eran muy lentos y pesados con todo su equipo y habían sido un blanco fácil para el fuego de Escupefuego. Él tendría que ser ligero como una pluma y rápido como una flecha.

A la mañana siguiente, fue hasta su caballo Viento y muy bajito, al oído, le explicó su plan, para el que necesitaba toda su ayuda.

Diego, se quitó su espada y su casco, su armadura y se quedó únicamente con su camiseta roja de Rayo McQueen, sus pantalones vaqueros y sus deportivas azules de superhéroe.

Se acercaron sigilosamente, sin hacer ningún ruido hasta dónde el dragón dormitaba después de haberse zampado un enorme desayuno. Cuando ya estaban casi al lado, Diego llamó con un enorme grito al dragón:

- “Escupefuego, atrápame si puedes”.

El dragón se despertó enfadadísimo y se incorporó todo lo grande que era arrojando llamaradas y gruñendo profundamente. Sin embardo Diego ya no estaba allí. Cabalgando sobre Viento había cambiado de lugar y gritaba nuevamente al dragón: “Atrápame si puedes” y el dragón se daba la vuelta e intentaba quemarle con su aliento de fuego, pero Viento se movía con una rapidez increíble y nunca estaba dónde apuntaba el dragón.

Y así, moviéndose velozmente, cambiando continuamente de sitio, y con el dragón cada vez más enfadado, fueron saltando por encima de él, por detrás, por debajo de su cola y al final Escupefuego se hizo un gran nudo con él mismo. Su cabeza había quedado atrapada en un lazo que había formado su cola y sus patas apuntaban cada una para un lado. Ya no se podía mover. Estaba indefenso y prisionero.

Diego gritó de alegría y se acercó hasta la torre dónde liberó a Nosé quien, agradecida, le dio un gran abrazo y dos besos.

Ambos, ya libres del dragón, cabalgaron sobre Viento y regresaron al reino dónde fueron recibidos como héroes entre vítores y aplausos.

Nosé le prometió que sería siempre su amiga y jugarían juntos todos los días.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

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