martes, 21 de abril de 2009

Una excursión al campo

Érase una vez, en un colegio muy bonito de Madrid, unos niños que estudiaban el curso de segundo de educación infantil.

Los niños eran todos muy amigos. Se llevaban muy bien, jugaban juntos en los recreos, se invitaban a sus cumpleaños y hacían muchas excursiones en las que aprendían y se divertían muchísimo.

Habían estado en conciertos, en bibliotecas, museos, en el zoo en la granja y siempre se lo habían pasado genial. La próxima excursión que estaba prevista iba a ser al campo. Podrían ver árboles y plantas con sus flores, correr, saltar y pasar un estupendo día al aire libre. Todos esperaban con ganas e ilusión esta salida.

El día anterior su profesora les recordaba, además de enviar una nota a los padres, que tenían que llevar todos el chándal del colegio, una gorra, y una mochila con unos bocadillos y agua. Esa tarde, en casa, los chavales vigilaban a sus padres para que todo estuviera preparado y no faltase de nada.

Y al fin llegó el día de la esperada excursión. Se habían levantado de un salto, se habían lavado y desayunado con una rapidez desacostumbrada y se habían vestido solos a toda prisa. Antes de la hora habitual de salida, ya estaban en la puerta de la calle, listos y con su mochila preparada. . Todos llegaron puntuales, pues ninguno se quería quedar en tierra y habían metido prisa a sus papás. Subieron al bonito autocar azul que les iba a llevar a su destino y por el camino fueron cantando canciones muy divertidas que se sabían de clase y de la granja escuela.

El trayecto no fue muy largo. En poco más de una hora, a pesar del tráfico matutino, estaban llegando a un lindo paraje con árboles y una gran pradera en la que lucía hermoso y cálido el sol primaveral.

Descendieron del autobús y siguiendo las instrucciones de sus profesores ordenaron las mochilas bajo un gran árbol y se pusieron las gorras.

Comenzaron a escuchar las explicaciones que les daban sobre las plantas que allí había. Aprendieron que los enormes árboles que daban sombra eran pinos y que de ellos podíamos obtener piñones, que se usaban para cocinar y que, tostados, estaban muy ricos. Pudieron ver, de lejos, alguna ardilla entre las altas ramas de los árboles y un par de conejos que se escondieron a toda prisa en sus madrigueras.
También vieron pájaros y su profesora les enseñó un nido que se podía adivinar entre el ramaje. Les explicó que el nido era la “casa” de los pájaros y que allí ponían sus huevos de los que, después de un tiempo, nacerían sus pollitos.

Luego comenzaron a jugar. Los profesores y monitores habían preparado un montón de juegos divertidísimos y todos participaron con ganas, riendo como locos. Se lo estaban pasando en grande.

A la hora de la comida, con todo el ejercicio que habían hecho, todos tenían un apetito feroz y dieron buena cuenta del contenido de las mochilas. Estaba todo riquísimo. Además, las mamás habían incluido alguna “chuche”: bolsas de patatas, chocolatinas, etc. y entre todos comenzaron un intercambio para poder probar todos, de todo.

Reposaron la comida mientras la profesora les leía un cuento y se quedaban ligeramente adormilados. Había sido mucho ejercicio y estaban bastante cansados.

Cuando comenzaron a despabilarse, la profesora les llamó y se juntaron en un extremo de la pradera.

- Mirad –les dijo la profesora-

- ¿Qué tenemos que mirar? Preguntaron ellos

- Fijaos bien. ¿No notáis nada? ¿Algo que ahora está y que cuando llegamos no estaba así?

Los niños, pensativos, miraban pero no veían a lo que se refería su profesora.

- Mirad con atención, es algo que no estaba antes y que habéis dejado vosotros…

Al final uno de los niños, con voz algo tímida dijo:

- ¿Son las bolsas de la comida?

- Efectivamente –confirmó la profesora- Son las bolsas de plástico de la comida, las bolsas de patatas, los envoltorios de los bocadillos, las botellas de agua… Todo eso es basura y si la dejamos ahí va a envenenar el campo que tanto nos ha gustado. Además ¿creéis que es bonito así?

- ¡Nooooo! Dijeron todos los niños a coro.

- Pues pensad que el que venga detrás de nosotros a pasar un rato agradable en esta pradera se va a encontrar con toda la basura que hemos dejado y se va a sentir triste y mal al ver que el campo está sucio. Todo eso que habéis tirado puede matar a las plantas y a los animales que tanto os han gustado. ¿Qué podemos hacer?

- ¡Recogerlo! Gritaron todos al tiempo.

- Pues venga. Haced una hilera, para cubrir todo el campo, y que cada uno vaya recogiendo lo que quede al alcance de su mano. ¡Que quede todo como estaba cuando llegamos! ¿De acuerdo?

- ¡Síiiii!

Y los niños, unos al lado de los otros, hicieron una gran hilera que abarcaba toda la pradera y fueron recogiendo todos los restos que se encontraron. Luego, los metieron en una gran bolsa que la profesora les dio y la dejaron en el autobús para tirarla a los contenedores de basura cuando llegaran a casa.

- Recordad, les dijo la profesora. El campo es la casa de todos y entre todos hemos de cuidarlo para que esté siempre limpio y bonito. Además, la salud de los animales y las plantas depende de que nosotros sepamos cuidarlo para que dure muchos años y podamos siempre disfrutar de él y divertirnos.

Los niños, con la lección bien aprendida, fueron recogiendo sus mochilas y subiendo al autobús. Había sido un día largo, cansado y muy, muy divertido. Además, habían aprendido que la única forma de cuidar el campo es que cada uno tenga cuidado con lo suyo.

En el autobús ya de regreso, comenzaron a cantar pero poco a poco el sueño les iba ganando. El que más y el que menos soñaba con un prado limpio, lleno de flores, conejos, árboles y pájaros.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

jueves, 29 de enero de 2009

Diego y la Granja Escuela

Érase una vez, una Granja Escuela muy bonita y limpia, que estaba situada a unos pocos kilómetros de una gran ciudad. Era una granja pensada para que los niños aprendieran muchas cosas y se lo pasaran estupendamente: tenía vacas, caballos, cabras, ovejas, perros, cerditos, palomas, gallinas… y una huerta en la que los niños podían comprobar como crecen los tomates, pimientos, zanahorias… Además, había mucho espacio para correr y jugar y los Monitores eran agradables, querían mucho a los niños y les encantaba enseñar. Por tener, tenía hasta la casa de un pequeño duende mágico al que los chavales, por la noche y armados de linternas y valor acudían a intentar ver. Aunque todavía no se sabe de ninguno que lograr pillarle todos hablaban de él y cantaban su canción con entusiasmo.

A esta hermosa Granja, rodeada de grandes árboles y cruzada por un pequeño riachuelo, acudieron, para pasar unos días, unos niños de cuatro años, compañeros de colegio. Eran todos amigos y se las prometían muy felices: iban a aprender, a jugar, a comer y hasta a dormir juntos, pues la granja tenía unos grandes dormitorios en los que había varias literas que tuvieron que repartirse con alguna pequeña discusión pues todos querían las mismas camas. Entre los niños estaban Mario, Natalia, Iñigo, Sofía, Jorge, Marta y Diego. Todos querían dormir en la misma habitación y elegir la misma cama. Al final se impuso el orden y todos quedaron contentos con lo que les había tocado.

Habían salido del colegio, esa mañana en autocar, totalmente nerviosos ante la aventura que tenían por delante: iban a pasar tres noches fuera de casa compartiendo todo el tiempo con sus amigos, lejos de sus padres. Para alguno, que era la primera vez que se alejaba de su casa para dormir fuera la aventura era algo más. Era un desafío que se podía leer en las caras ansiosas de sus padres al despedirlos. Fueron todo el camino, que se les hizo muy breve, cantando canciones y riendo, anticipándose a las vicisitudes de las próximas jornadas que se vislumbraban como muy excitantes y prometedoras.

Lo primero, después del reparto de dormitorios –que iban a conocer porque cada uno tenía el nombre de un pájaro- y de escoger las camas, fue ordenar toda la ropa que, en bolsas –una para cada día- les habían preparado en casa y así tener a mano todas las mudas, pijamas, camisetas, chandalls… y la bolsa para la ropa sucia, por supuesto. Todos sabían que, a pesar del cuidado que pusieran, al final la ropa de cada uno acabaría mezclada con la de los demás y empezaría un rompecabezas para las familias: ¿Quién tiene unos pantalones de mi hijo? A mi me sobran unas zapatillas ¿Alguien ha visto el pijama de mi hija? Pero bueno, eso era problema de los padres. Ellos iban a poner todo su empeño en hacerlo bien pero, por si acaso, toda la ropa iba marcada con sus respectivos nombres.

Después tuvieron una gran reunión con todos los monitores durante la cual les explicaron todo lo que iban a hacer en esos días y ¡muy importante! las normas de funcionamiento: cuando se levantaban, con qué debían vestirse, dónde desayunar, a qué sitio acudir después, las actividades del día, la comida, las actividades de la tarde, el baño y la ducha, la cena y a dormir. Les pidieron mucha atención y cuidado con las señales de los límites que no debían rebasar: a partir del punto en que estaban situadas esas señales, los niños, bajo ningún concepto, podían traspasarlos sin estar acompañados de un monitor. Iban a ser tres días completísimos en los que aprenderían muchísimas cosas.

Diego les comentó a sus amigos que la semana anterior había estado con sus padres y otros compañeros en la Granja para conocer el sitio al que iban a ir y que le había encantado.
- De lo que más ganas tengo –dijo Diego- es de aprender a ordeñar a la vaca Paca.
- ¿Quién es la vaca Paca? Le preguntaron los demás
- La vaca Paca es… pues la vaca Paca -contestaron a la vez Sofía, Natalia y Diego que habían coincidido la semana anterior en la visita de reconocimiento- Luego vamos a verla ¿vale?
- Sí, respondieron todos los demás.

Pero no les hizo falta esperar mucho. En cuando acabaron la reunión les dividieron en grupos de trabajo. Todos los amigos consiguieron estar juntos y siguieron al monitor que les había tocado hacia la zona de animales. Una vez allí les enseñó los corrales en los que estaban los animales que se veían todos muy limpios y bien cuidados.

- Vamos a aprender qué come cada animal, vamos a darles de comer y saber con qué productos ayudan al hombre y porqué se crían en las granjas. Además aprenderemos como obtener leche de la vaca (que se llama ordeñar).

- ¡¡Biieeeennnn!! gritaron todos los niños a la vez.

Los críos se pusieron manos a la obra dirigidos por su monitor, que se llamaba Manolo, y dieron zanahorias y avena (que resultó ser un cereal parecido al trigo con el que se hace el pan) a los caballos. A los cerdos les echaron en su comedero patatas, y algunos restos de comida, pues resulta que los cerdos son “omnívoros” que les explicaron que es una palabra que significa que comen de todo.
A las ovejas y cabras les pusieron hierba y pienso y a las gallinas les tiraron salvado a través de la verja y les explicaron que el salvado en una mezcla de parte de muchos cereales molidos y que a las gallinas y pollitos les gusta mucho. A las palomas también les pusieron maíz, y a los conejos… Manolo preguntó

- ¿Qué les ponemos de comer a los conejos?

Los niños, que recordaban perfectamente de la televisión a Bugs Bunny, el conejo de la suerte, contestaron a coro
- Zanahoriaaaaasssss
- Bien, muy bien. También comen otros muchos vegetales. Fijaos y veréis como están todo el día moviendo los dientes, porque si no les crecen mucho y no les dejaría cerrar la boca. A ese movimiento, que también hacen los ratones y otros animales se le llama roer y por eso a los que lo hacen, como los conejos, se les llama roedores.

Así, aprendiendo cosas divertidas fueron recorriendo todos los corrales hasta que llegaron al establo de la vaca.

- Os presento a la vaca Paca, que es la estrella de nuestra Granja.
- ¡¡Hola, vaca Paca!! gritaron todos a la vez.
- Ahora vamos a ordeñarla. Ordeñar es conseguir extraer la leche que ha “fabricado” de las ubres de la vaca, lo que serían las tetitas y que es de donde maman los terneros. Hay que hacerlo con cuidado para no hacer daño a Paca. Mirad:
Y poniéndose sobre una banqueta, y con un cubo para recibir la leche, comenzó a ordeñar a la vaca ante la mirada boquiabierta de todos los niños.

- A ver. ¿Alguno quiere intentarlo?

Algunos levantaron la mano, entre ellos Diego, que había sido el más rápido.

- Venga Diego, ven aquí. Coge con cada mano una de las tetillas y apretando sin miedo, pero sin pasarte, estira hacia abajo intentando apuntar al cubo.

Y Diego, ayudado al principio por Manolo el monitor, comenzó a ordeñar y se sintió muy orgulloso cuando los primeros chorritos de leche cayeron en el cubo. Después fueron intentándolo, con distinto resultado, todos los demás.

Cuando hubieron finalizado el circuito de comida de animales, volvieron a la gran casa en la que estaban los comedores y dormitorios y se juntaron con el resto de compañeros, todos deseosos de contar sus experiencias. Finalmente, resultó que la más interesante había sido el ordeño de la vaca Paca, vaca a la que algunos niños ni siquiera habían visto todavía.

- Pues lo que podemos hacer cuando acabemos de cenar, sugirió uno de los niños del grupo de Diego, es enseñaros donde está y cómo se ordeña.
- No me parece una buena idea, contestó Diego. El establo de la vaca está más allá de los límites que nos han marcado para no ir solos…
- Venga, no seas miedica… que no va a pasar nada -le dijeron los demás-

Diego, no muy convencido pues no le gustaba desobedecer, les acompañó hasta el establo. Cuál no sería la sorpresa general al encontrarse la puerta del establo abierta y que la vaca Paca ¡¡había desaparecido!!

- Buenooo, ¿y ahora qué hacemos? pregunto un niño.
- Pues no sé contestó otro. Pero al castigo por pasar de la zona permitida vamos a añadir el castigo por perder a la vaca, pues no dudéis de que nos van a echar las culpas a nosotros…
- Sí, y llamarán a nuestros padres y nos expulsarán de la Granja. ¡¡Y a lo mejor del cole!!

Al oír todo esto, los más pequeños de grupo se echaron a llorar…

Diego, al ver que los nervios y el llanto se apoderaban de sus compañeros, si dirigió a ellos diciendo:
- Ya os había dicho que no me gustaba desobedecer. Si nos hubiéramos quedado en la casa, haciendo caso a lo que nos habían dicho los monitores, nada de esto habría pasado. Pero llorando y lamentándonos no vamos a arreglar nada.
- ¿Y qué podemos hacer? le preguntaron.

Diego se puso a pensar y a darles vueltas al coco… “Hummmm…….”

- Vamos a intentar arreglar este embrollo. Lo primero será encontrar a la vaca Paca, porque no se puede haber desvanecido en el aire. Luego la traemos de vuelta, la encerramos y volvemos todos a la Casa. ¿os parece?
- Si, si, venga, vamos, contestaron al unísono los demás
- ¿Y cómo lo hacemos?
- Bueno, contestó Diego. Ha llovido hace unos días, con lo que la tierra no está seca. Y como las vacas no vuelan, si se la han llevado tendrá que haber huellas de un camión o algo así y si se ha escapado ella, sus pisadas tendrán que haberse quedado marcadas. Con lo que, encended las linternas y dividíos en dos grupos. Cada grupo que busque por un lado huellas que no sean de zapatos.

Y así lo hicieron. Unos por la puerta de delante y otros por la parte trasera del establo, encendieron todos su linterna y comenzaron a examinar el terreno minuciosamente. Al cabo de un rato, desde la parte de atrás se oyeron unas voces:

- Aquí, aquí, ¡hemos encontrado huellas…!
- ¿De qué son?
- De la vaca. Ha pasado andando por aquí.
- Bien, sigámoslas –dijo Diego- Guardad silencio para que si encontramos a la vaca no la asustemos

En fila india, intentando hacer el menor ruido posible, y con Diego abriendo la marcha, iban iluminando con sus linternas el camino, buscando, como rastreadores de huellas, los rastros que hubiese dejado la vaca. Cuando llevaban un rato de marcha, y después de atravesar el riachuelo al estilo de los grandes exploradores, algunos niños comenzaron a tener miedo.

- No os asustéis, que sólo es de noche, pero no hay fantasmas, ni monstruos ni nada, les animó Diego. Sed valientes que ya debemos estar cerca.

Y efectivamente, poco rato después, encontraron a la vaca, que se había escapado a vivir su aventura. Pero ¿cómo iban a hacer para devolver al establo? No tenían cuerdas ni nada con que atar a la vaca y además, esta era mucho más fuerte que ellos.
Todos miraron a Diego, que se había convertido en el capitán de la expedición por saber solucionar todos los problemas. Y Diego volvió a pensar…

- A ver, vaciaros los bolsillos y colocad todo lo que tengáis aquí, en el suelo…

Los niños le obedecieron y empezaron a poner todos sus tesoros juntos en un montón, como les habían indicado.

- ¿Qué tenemos por aquí…? A ver… Unos granos de maíz y otros granos de avena, una zanahoria… Todo eso, supongo que es de lo que ha sobrado de dar de comer a los animales esta mañana ¿no? A ver qué más… ¿un salero?
- Sí, es que me lo metí sin darme cuenta esta mañana en el bolsillo cuando estábamos en el comedor… comentó una niña.
- Bueno, pues esto es lo que vamos a hacer: vosotros, buscad un palo largo, recto y que no pese mucho. Vosotros, retorced y atad varios pañuelos hasta formad una cuerda. Y vosotros, ayudadme a envolver en otro pañuelo toda la comida junta y a echarle toda la sal por encima.

Cuando todo estuvo preparado, Diego se acercó despacito a la vaca Paca y le dejó oler y lamer lo que estaba en el pañuelo. Diego explicó a sus amigos que a las vacas el grano, las zanahorias y sobre todo lamer la sal, les encantaba…

Cuando la vaca intentó seguir comiendo, Diego ató el pañuelo con la comida al final de la cuerda que habían hecho sus compañeros y el otro extremo de la cuerda al palo. Cogió el palo como si fuera una caña de pescar y se lo acercó de nuevo a la vaca que, al olerlo, lo quiso chupar otra vez. Diego se lo retiró un poquito y la vaca dio un pasito para acercarse. Diego volvió a retirarse un paso hacia atrás y la vaca volvió a dar un paso adelante. Y así poco a poco, despacito para que no se asustara, comenzaron a andar de vuelta al establo, con la vaca siguiendo al pañuelo que tenía los manjares tan ricos para ella.
Al rato llegaron al establo y con esta técnica lograron que se metiera en el mismo y mientras un grupo cerraba bien por atrás, el otro lo hacía por delante, a la vez que Diego daba su merecido premio a la vaca por colaborar tan amistosamente.

Ya con la vaca Paca en el establo gracias al ingenio de Diego, volvieron disimuladamente hacia la gran casa de la Granja. Esta vez se habían conseguido librar del desastre pero, por si acaso se prometieron no volver a desobedecer nunca más.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

miércoles, 21 de enero de 2009

Diego y los Tiburones

Érase una vez, un grupo de niños de cuatro años, que eran muy amigos e iban al mismo colegio.
Allí aprendían, jugaban, compartían todo y se lo pasaban en grande hasta el punto de que, cuando llegaban las vacaciones, todos ellos estaban deseando que volviera a empezar el colegio.
Se lo pasaban fenomenal cada día con las actividades que sus profesores preparaban para ellos y les encantaban las salidas extraescolares que, de vez, en cuando, hacían con el colegio.

Recientemente les habían comunicado que iban a visitar el Zoo. ¡El Zoo! pensaron, con todos esos animales tan interesantes: leones, tigres, elefantes, monos, osos… ¡que maravilla!
Esperaban nerviosos que llegara el gran día. Habían hecho muchas salidas, a museos, teatros, bibliotecas, todas ellas muy entretenidas e interesantes, pero ¡el Zoo! Eso era especial.
Diego, un inteligente niño de la clase, comentaba con sus amigos.

- Vamos a aprender muchísimo y además los animales son preciosos… Yo, en casa, tengo perros y gatos, y me encanta jugar con ellos.

Sus amigos estaban de acuerdo. Todos querían saber más sobre los animales y en la clase les pusieron vídeos sobre la vida salvaje y los animales en la naturaleza. Uno de estos días, Diego llegó triste a casa y sus padres le preguntaron que qué le pasaba. El niño les explicó:

- Es que, en clase, nos han puesto una película sobre la vida de los lobos, que sí, que son muy bonitos pero hemos visto como un lobo cazaba a un ciervo pequeñito y me ha dado mucha pena y he llorado un poquito…

- Si, hijo –respondieron sus padres- es un poco triste, pero es que debe de ser así.

- ¿Por qué? preguntó Diego.

- Porque los lobos, también tienen que comer, y también tienen crías de lobo (que se llaman lobeznos) que son muy bonitos y si no comen, se mueren. Además, los lobos hacen un bien a la naturaleza cazando algunos ciervos, porque mantienen el equilibrio.

- ¿Y qué es eso?

- Fíjate –le explicaron- los ciervos comen hierba y hay suficiente para todos. Pero si los lobos no cazasen algunos ciervos, estos también tendrían hijitos y cada vez serían más y más y más ciervos. Y al final serían tantos que no habría hierba para comer, porque se la habrían terminado toda, y se morirían todos de hambre. O de alguna enfermedad, porque los lobos, cazan primero a los que están enfermos y así estos no pueden contagiar a los demás. ¿Entiendes? Si no estuvieran los lobos cazando únicamente algunos ciervos, solo los que necesitan para comer, sería malo para todos los ciervos porque morirían todos de hambre o enfermedades. ¿Lo has comprendido?

- Si, creo que sí, respondió el niño.

Y al fin, el día llegó, como siempre llegan todos los días. Y se prepararon con sus abrigos, gorros, mochilas… El autobús les condujo hasta el Zoo y después de pasar la entrada, sus profesores les fueron conduciendo de recinto en recinto explicándoles cosas interesantísimas de todos los animales.
- Fijaos, la trompa del elefante, que en realidad es su nariz, le sirve para respirar, pero también como una mano con la que coger cosas, y para aspirar agua y beberla y para muchas cosas más. ¡Es muy fuerte y útil!
- Mirad la joroba del dromedario. Están llenas de grasa y les permite estar mucho tiempo sin comer ni beber, y así pueden ayudar a atravesar los grandes desiertos.

- Esos tan elegantes son los pingüinos, que parece que van vestidos de fiesta. Son aves, pero no vuelan y cuando andan, parecen que están borrachos. Sin embargo, en el agua, son como rápidos torpedos que pescan todos los peces que necesitan para sobrevivir.

Y así fueron recorriendo el Zoo, hasta que llegaron al sitio que todos esperaban: el Aquarium. Allí estaban los grandes tiburones que habían estado estudiando en clase. ¡Que bonitos eran! Repasaron todo lo que su profesor les había explicado antes de ir y los pudieron ver nadando, ágiles, por el inmenso tanque de agua.

Un cuidador del Zoo, les explicó que, sin embargo, estaban preocupados porque los tiburones estaban enfermando y no sabían de qué. Cuidaban la comida y la limpieza del tanque, pero poco a poco todos iban cayendo enfermos e, incluso, uno, un enorme tiburón toro, había muerto ya.

Diego rápidamente se puso a darle vueltas a la cabeza. Hummmm…. ¡tuvo una idea! Reunió a sus amigos Mario, Natalia, Sofía, Marta, María y Sergio y les explicó su plan:

- Chicos, si los tiburones enferman y no es por la comida ni por la limpieza, tiene que ser por el agua, porque los tiburones no están en ningún otro sitio. Y aquí en el Zoo, tienen mucho cuidado con todo, luego no es un accidente si no algo que alguien está haciendo. Debemos saber qué está pasando.

Los niños estuvieron de acuerdo. Entre todos decidieron que durante el día había muchas visitas y cuidadores por lo que sería muy difícil que nadie hiciera nada, por lo que seguramente sería por la noche. ¿Y cómo vigilar? Nadie les iba a dejar quedarse por la noche en el Zoo. Pero Diego tuvo una idea

- Tú tienes te has traído una cámara de vídeo, ¿verdad? –le preguntó a uno de sus compañeros-

- Sí - le respondió este-.

- Pues te la vas a olvidar.

- ¿Cómo?

- Pero no te la vas a olvidar de verdad. La vamos a dejar escondida, encendida y grabando lo que pasa en el estanque por la noche. Y esta noche dices que te la has olvidado y mañana volvéis al Zoo al buscarla. La encontráis y luego vemos qué se ha grabado.

Todos estuvieron de acuerdo con el plan, aunque al niño que tenía que dejar la cámara no le hizo mucha gracia:

- Me van a regañar por olvidármela -decía-

- Puede ser -le respondieron- Pero piensa que es para conseguir una cosa buena…

Y así lo hicieron todo según su plan. Cuando se iban a marchar, a punto de cerrar el Zoo, dejaron la cámara escondida y grabando todo lo que iba a pasar en el estanque por la noche.

Al llegar de vuelta al cole, el compañero de Diego anunció que se había olvidado la cámara donde los tiburones. Sus profesores le regañaron un poco y le hicieron recordar lo importante que era cuidar las cosas y poner atención a todo. Sus compañeros le consolaban guiñándole un ojo mientras duraba la regañina. Al final decidieron que, al día siguiente, un profesor y el niño, volverían en un taxi a buscar la cámara en un momento.

Todos los compañeros pasaron la noche inquietos, esperando ver qué descubrían al día siguiente.
Cuando llegaron a clase, tuvieron que empezar con la rutina normal hasta que llegó el momento en que el profesor y el niño volvieron de Zoo, contentos, pues habían encontrado la famosa cámara de vídeo. Diego les propuso aguardar a un recreo y ver la grabación todos juntos.

Cuando, después de comer, pudieron salir al patio, se juntaron en una esquina, detrás de unos columpios y comenzaron a ver qué era lo que se había grabado. La cinta empezó a pasar y la imagen se veía estupenda, pero… no pasaba nada. Diego les dijo:

- Avanzar rápido hasta que veáis que algo pasa porque si no nos va a dar aquí la hora de cenar…

Pusieron el avance rápido durante un rato más.

- Pues aquí no pasa nada, empezó a decir una de las niñas.

De repente chillaron:

- ¡¡Mirad, mirad!! ¿Qué es eso? ¡¡Unas sombras que se mueven!! Páralo.

Volvieron el vídeo a la velocidad normal, rebobinaron un poco y pasaron de nuevo la cinta. Efectivamente. Ahora, con claridad, se veía cómo un grupo de cuatro personas se acercaba al estanque y vertía un líquido dentro del agua en la que nadaban, comían y respiraban los tiburones.

- ¿Y ahora, qué hacemos?

- Ha llegado ya el momento de los mayores, respondió Diego. Debemos entregar la cinta al profesor para que él llame a la policía y hagan lo que crean oportuno. ¡¡No les vamos a dar todo el trabajo hecho!!

Como habían convenido le entregaron la cinta al profesor, el cual, extrañado y asombrado ante la iniciativa de los niños, miró la grabación y enseguida llamó al Zoo y a la policía.

Al día siguiente, el profesor les explicaba lo que había pasado:

- Gracias a vuestra cinta, se descubrió que un grupo de gamberros entraba por la noche al Zoo y echaba un líquido venenoso al agua del estanque de los tiburones. Eran unos ignorantes que creían que algunos animales son malos. Por la grabación, la policía supo cómo actuaban los malotes y pudieron esperarles escondidos y los detuvieron cuando volvieron a la noche siguiente.
¡¡Sois unos detective magníficos, chavales, pero la próxima vez, contad con los mayores antes de hacer nada!!

- ¡Ah!, se me olvidaba. La gente del Zoo os está tan agradecida que os invita a volver todas las veces que queráis al Zoo, con entrada gratis para vosotros y vuestras familias. ¡Vivan Diego, sus amigos, y los tiburones que se han salvado!

- ¡¡Viva!! Gritaron todos.

Y colorín colorado, y con los tiburones salvados, este cuento se ha acabado.