viernes, 11 de enero de 2008

Diego y la Serpiente Marina

Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un grupo de familias que viajaban a bordo de un gran navío de madera. Era un barco majestuoso y muy bonito con sus grandes palos que se alzaban hacia el cielo, sus enormes velas blancas y su bandera que ondeaba orgullosa en lo alto del palo mayor.

Los pasajeros, un grupo de colonos que se dirigían a descubrir e instalarse en nuevas tierras, formaban un alegre grupo, pues todos miraban con esperanza al futuro. En el barco no había mucho que hacer, y todos intentaban ayudar a los marineros en su faena, mientras los niños pululaban por todas partes jugando, escondiéndose, haciendo travesuras y riéndose continuamente. El ambiente en el barco era de camaradería y a menudo se oían las profundas voces de los marineros entonando canciones que sonaban muy bonitas a los oídos de todos. Además, el buen tiempo acompañaba y los días transcurrían con una tranquilidad similar a la de las aguas que surcaban.

Ente todos, viajaba también Diego, un niño de tres años, que además de jugar con todos los otros niños, se había hecho amigo de los marineros y les preguntaba continuamente qué era eso o cómo se utilizaba aquello.

Los marineros, cuando no estaban demasiado ocupados, le sonreían y le respondían:

- Eso es el palo de mesana, ese el palo mayor, que es el más alto, y en el que llevamos la bandera. Y mira, ese otro mástil, ese, se llama trinquete.

- Esos otros se llaman vergas y son palos sobre los que se recogen las velas.

- Las jarcias son todas los cabos y cuerdas del barco.

Pero Diego siempre quería saber más y los marineros hablaron con el capitán, que era un hombre muy serio, con barba, y con un gran sobrero con plumas, que siempre estaba fumando en pipa.

Un día, el capitán mandó llamar a Diego para hablar con él.

- Me han dicho que no paras de preguntar cosas sobre el barco, dijo el capitán con su gran vozarrón.

- Si, es cierto, contestó Diego. Me gusta saber de todas las cosas y es muy interesante que te las expliquen.

- ¿Y quieres ser marinero cuando seas mayor? –le preguntó el capitán-

- No lo sé, respodió Diego. Aún soy muy pequeño para saberlo. Cuando tenga cuatro años y sea mayor, lo sabré.

Al capitán le cayó muy bien Diego y desde ese día le llamaba con frecuencia para que le acompañara en el castillo y le preguntara lo que quisiera.

- ¿Y que son esos cañones que hay ahí delante? inquiría Diego.

- Ah! si, ahí en la proa, a los lados del bauprés llevamos 6 cañones. Aunque este no es un barco de guerra, siempre hay que ir armado cuando se navega por mares desconocidos. Esos cañones que ves están fundidos en bronce, que es un metal muy duro y se llaman culebrinas, los que son más grandes y falconetes, los más pequeños.

- ¿Y esa rueda tan rara, qué es?

- Eso es el timón. Es desde donde gobernamos el barco para que gire hacia babor o estribor.

- ¿Y que son babor y estribor? ...

Diego nunca se cansaba de preguntar y al capitán le encantaba enseñar a un niño tan curioso y tan listo.

Y así, se hicieron grandes amigos y Diego muy contento fue aprendiendo muchas cosas sobre el barco.

Pero también había otras historias. Los marineros también les hablaron de los monstruos marinos, las sirenas y las serpientes de mar. Contaban que todos esos seres estaban enfadados con los barcos y hacían muchas cosas para hundirlos. Los marineros, para hablar de ellos, bajaban la voz y se lo contaban en susurros, mientras miraban con ojos temerosos a uno y otro lado.

Cuando Diego le preguntó al capitán sobre estos temas, el capitán se puso muy serio y le habló así.

- “Mira Diego. Lo marinos hablan de esas cosas desde los tiempos antiguos y son historias que han perdurado a través de los siglos. Yo nunca he visto nada de eso, pero no me atrevería a decirte si son verdad o mentira. Personalmente no creo que existan, pero se que no es conveniente reírse de ellas.”

La travesía proseguía, apacible, entre juegos, aprendizaje y canciones.

Sin embargo un día comenzó a ocurrir algo que cambiaría la tranquilidad del pequeño Diego. Los mayores: los padres, madres y marineros, comenzaron a enfermar poco a poco. Se sentían mareados y débiles y tenían que ser acostados y cuidados. Uno a uno fueron cayendo enfermos casi todos. Cada vez era más difícil poder atenderlos, gobernar el barco y realizar las tareas diarias como las comidas o la limpieza, porque cada vez quedaban menos en pie.

Al cabo de unos días, los niños tuvieron que ayudar en todo ya que no quedaban adultos. Incluso el capitán, que resistió en pie hasta el último momento, no pudo más y también tuvo que guardar cama.

Los niños se sintieron desconcertados, pero en seguida Diego les animó:

-“Venga chicos, vamos a demostrar a esos mayorzotes todo lo que valemos. Vamos a hacerlo todo tan bien como ellos”. Y así los pequeños, dirigidos por Diego, arriaban las velas, manejaban el timón o hacían la comida. Se las apañaban bastante bien.

Una tarde, cuando estaba a punto de esconderse el sol, notaron como el agua del mar bullía de una forma extraña. Burbujeaba y levantaba unas raras olas y todos se quedaron mirando para adivinar qué era eso tan inusual. De repente algo comenzó a elevarse sobre las olas. Con una enorme cabeza de dragón y el cuerpo escamoso y ondulado de una serpiente, un enorme y terrible monstruo apareció al lado del barco. Su larguísimo cuerpo se perdía de vista. Con sus ojos rojos les miraba fijamente y con la boca abierta, amenazante, con dientes puntiagudos, tan grandes como bueyes, se abalanzaba sobre el barco.

Diego reaccionó rápidamente:

-“Todo a estribor”, grito con fuerza y obedeciendo sus órdenes, el barco viró con premura evitando así la embestida el horrible monstruo, que igual que había aparecido, se sumergió bajo las aguas sin dejar rastro.

Tras un momento de expectante silencio, todos los niños comenzaron a hablar a la vez:

- ¿Qué era eso?
- ¡Que miedo!
- ¡Vaya susto!

- ¿Qué ha pasado?

Diego, después de pensar un instante, les comentó:

- "Ha debido ser eso que los marineros me contaban en sus historias y que llamaban monstruo marino o serpiente marina. Pero, desde luego, que feo era… "

Poco a poco se tranquilizaron, y el resto de la tarde transcurrió en paz. Pero no dejaban de vigilar el horizonte. Temían que la serpiente volviera cuando menos se lo esperaban y les cogiera por sorpresa.

Así no podremos estar mucho tiempo -pensó Diego-. Tenemos que ser nosotros los que tomemos la iniciativa y logremos que la serpiente acuda cuando nosotros estemos bien preparados. Después de pensar un rato y darle vueltas a la cabeza, tuvo una idea: “Vamos a actuar como cuando se pesca un pez. Echaremos un cebo y estaremos preparados para recibirla como se merece. ¡¡¡Va a aprender ese bicho feo a asustarnos…!!!”

Organizó a sus amigos. Allí estaban Iñigo, Sergio, Natalia, Mario, Adriana y muchos más… Todos listos para ejecutar sus órdenes.

- "Vosotros, les indicó, coged una de las redes de pesca del barco y llenadla con carne y pescado de la despensa, cerradla bien, y luego atadla a un cabo de proa”. Los niños se quedaron un poco extrañados al ver que sabía tanto, pero él les explicó que, de escuchar atentamente a los marineros, había aprendido mucho.

- “Los demás, les dijo al resto de los niños, cargad los cañones”. También les explicó qué era cada cosa y cómo se manejaban.

Cuando todo estuvo preparado les contó su plan:

- “Vamos a lanzar la red con la comida al mar, para que haga de cebo, y atraiga a la serpiente. Cuando aparezca, dispararemos los cañones. Es difícil que acertemos, pero al menos espero que con el ruido y el susto no vuelva por aquí. Pero para hacer esto tenemos que esperar a que amanezca porque por la noche no vemos y no podríamos apuntar. Por eso, tendremos que estar todos alerta y vigilantes hasta que amanezca”.

Y así lo hicieron. Transcurrió lentamente la noche, tensa y en calma, larguísima pero, al fin, como todos los días, el sol comenzó a asomar por el horizonte.

- ¡Todos preparados y a sus puestos! -ordenó Diego- ¡Lanzad la red con el cebo! ¡Preparados los cañones!

Y así lo hicieron. Vieron como la red flotaba y las olas la iban arrastrando lentamente lejos del barco hasta que la cuerda con la que estaba amarrada quedó tensa. Y esperaron en silencio, ansiosos, con los ojos muy abiertos, sin perder de vista el cebo.

Tras largo rato sin que pasara nada, cuando comenzaban a creer que ya no volverían a ver a la serpiente marina, empezaron a notar el mismo burbujeo en el agua que la tarde anterior.

- ¡Ahí está! -les susurró Diego-. "Todos atentos y preparados. No disparéis hasta que os de la orden. Apuntad directamente al cebo". Y cuando Diego observó que la red con el cebo se hundía ordenó "¡Fuego!"

Y todos los cañones comenzaron a disparar a la vez formando un terrible estruendo.

¡Boum!, ¡Boum! ¡Boum! ¡Boum!.

Los disparos caían alrededor del sitio donde se había hundido el cebo levantando montañas de agua.

-"¡Cargad de nuevo! ¡Fuego!" gritó otra vez Diego. Y los cañones siguieron disparando sin cesar levantando una verdadera niebla de humo con olor a pólvora.

¡Boum!, ¡Boum! ¡Boum! ¡Boum!.

Al rato, el estruendo cesó y poco a poco el viento barrió la humareda de la cubierta. Todos miraban ansiosos a su alrededor buscando a la horrible serpiente, pero el horizonte estaba despejado. ¡La serpiente marina no estaba!

No se si le habremos dado, pero creo que ,con la que hemos montado, ese monstruo no vuelve por aquí en la vida, reían Diego y sus amigos.

Y efectivamente, nunca volvieron a saber nada del monstruo. Y con los buenos cuidados de los niños los adultos se repusieron rápidamente y pudieron continuar su navegación en paz. Todos felicitaron a Diego por su magnífica labor como capitán guerrero durante esos días y al fin los niños se pudieron dedicar de nuevo a jugar.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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