jueves, 29 de enero de 2009

Diego y la Granja Escuela

Érase una vez, una Granja Escuela muy bonita y limpia, que estaba situada a unos pocos kilómetros de una gran ciudad. Era una granja pensada para que los niños aprendieran muchas cosas y se lo pasaran estupendamente: tenía vacas, caballos, cabras, ovejas, perros, cerditos, palomas, gallinas… y una huerta en la que los niños podían comprobar como crecen los tomates, pimientos, zanahorias… Además, había mucho espacio para correr y jugar y los Monitores eran agradables, querían mucho a los niños y les encantaba enseñar. Por tener, tenía hasta la casa de un pequeño duende mágico al que los chavales, por la noche y armados de linternas y valor acudían a intentar ver. Aunque todavía no se sabe de ninguno que lograr pillarle todos hablaban de él y cantaban su canción con entusiasmo.

A esta hermosa Granja, rodeada de grandes árboles y cruzada por un pequeño riachuelo, acudieron, para pasar unos días, unos niños de cuatro años, compañeros de colegio. Eran todos amigos y se las prometían muy felices: iban a aprender, a jugar, a comer y hasta a dormir juntos, pues la granja tenía unos grandes dormitorios en los que había varias literas que tuvieron que repartirse con alguna pequeña discusión pues todos querían las mismas camas. Entre los niños estaban Mario, Natalia, Iñigo, Sofía, Jorge, Marta y Diego. Todos querían dormir en la misma habitación y elegir la misma cama. Al final se impuso el orden y todos quedaron contentos con lo que les había tocado.

Habían salido del colegio, esa mañana en autocar, totalmente nerviosos ante la aventura que tenían por delante: iban a pasar tres noches fuera de casa compartiendo todo el tiempo con sus amigos, lejos de sus padres. Para alguno, que era la primera vez que se alejaba de su casa para dormir fuera la aventura era algo más. Era un desafío que se podía leer en las caras ansiosas de sus padres al despedirlos. Fueron todo el camino, que se les hizo muy breve, cantando canciones y riendo, anticipándose a las vicisitudes de las próximas jornadas que se vislumbraban como muy excitantes y prometedoras.

Lo primero, después del reparto de dormitorios –que iban a conocer porque cada uno tenía el nombre de un pájaro- y de escoger las camas, fue ordenar toda la ropa que, en bolsas –una para cada día- les habían preparado en casa y así tener a mano todas las mudas, pijamas, camisetas, chandalls… y la bolsa para la ropa sucia, por supuesto. Todos sabían que, a pesar del cuidado que pusieran, al final la ropa de cada uno acabaría mezclada con la de los demás y empezaría un rompecabezas para las familias: ¿Quién tiene unos pantalones de mi hijo? A mi me sobran unas zapatillas ¿Alguien ha visto el pijama de mi hija? Pero bueno, eso era problema de los padres. Ellos iban a poner todo su empeño en hacerlo bien pero, por si acaso, toda la ropa iba marcada con sus respectivos nombres.

Después tuvieron una gran reunión con todos los monitores durante la cual les explicaron todo lo que iban a hacer en esos días y ¡muy importante! las normas de funcionamiento: cuando se levantaban, con qué debían vestirse, dónde desayunar, a qué sitio acudir después, las actividades del día, la comida, las actividades de la tarde, el baño y la ducha, la cena y a dormir. Les pidieron mucha atención y cuidado con las señales de los límites que no debían rebasar: a partir del punto en que estaban situadas esas señales, los niños, bajo ningún concepto, podían traspasarlos sin estar acompañados de un monitor. Iban a ser tres días completísimos en los que aprenderían muchísimas cosas.

Diego les comentó a sus amigos que la semana anterior había estado con sus padres y otros compañeros en la Granja para conocer el sitio al que iban a ir y que le había encantado.
- De lo que más ganas tengo –dijo Diego- es de aprender a ordeñar a la vaca Paca.
- ¿Quién es la vaca Paca? Le preguntaron los demás
- La vaca Paca es… pues la vaca Paca -contestaron a la vez Sofía, Natalia y Diego que habían coincidido la semana anterior en la visita de reconocimiento- Luego vamos a verla ¿vale?
- Sí, respondieron todos los demás.

Pero no les hizo falta esperar mucho. En cuando acabaron la reunión les dividieron en grupos de trabajo. Todos los amigos consiguieron estar juntos y siguieron al monitor que les había tocado hacia la zona de animales. Una vez allí les enseñó los corrales en los que estaban los animales que se veían todos muy limpios y bien cuidados.

- Vamos a aprender qué come cada animal, vamos a darles de comer y saber con qué productos ayudan al hombre y porqué se crían en las granjas. Además aprenderemos como obtener leche de la vaca (que se llama ordeñar).

- ¡¡Biieeeennnn!! gritaron todos los niños a la vez.

Los críos se pusieron manos a la obra dirigidos por su monitor, que se llamaba Manolo, y dieron zanahorias y avena (que resultó ser un cereal parecido al trigo con el que se hace el pan) a los caballos. A los cerdos les echaron en su comedero patatas, y algunos restos de comida, pues resulta que los cerdos son “omnívoros” que les explicaron que es una palabra que significa que comen de todo.
A las ovejas y cabras les pusieron hierba y pienso y a las gallinas les tiraron salvado a través de la verja y les explicaron que el salvado en una mezcla de parte de muchos cereales molidos y que a las gallinas y pollitos les gusta mucho. A las palomas también les pusieron maíz, y a los conejos… Manolo preguntó

- ¿Qué les ponemos de comer a los conejos?

Los niños, que recordaban perfectamente de la televisión a Bugs Bunny, el conejo de la suerte, contestaron a coro
- Zanahoriaaaaasssss
- Bien, muy bien. También comen otros muchos vegetales. Fijaos y veréis como están todo el día moviendo los dientes, porque si no les crecen mucho y no les dejaría cerrar la boca. A ese movimiento, que también hacen los ratones y otros animales se le llama roer y por eso a los que lo hacen, como los conejos, se les llama roedores.

Así, aprendiendo cosas divertidas fueron recorriendo todos los corrales hasta que llegaron al establo de la vaca.

- Os presento a la vaca Paca, que es la estrella de nuestra Granja.
- ¡¡Hola, vaca Paca!! gritaron todos a la vez.
- Ahora vamos a ordeñarla. Ordeñar es conseguir extraer la leche que ha “fabricado” de las ubres de la vaca, lo que serían las tetitas y que es de donde maman los terneros. Hay que hacerlo con cuidado para no hacer daño a Paca. Mirad:
Y poniéndose sobre una banqueta, y con un cubo para recibir la leche, comenzó a ordeñar a la vaca ante la mirada boquiabierta de todos los niños.

- A ver. ¿Alguno quiere intentarlo?

Algunos levantaron la mano, entre ellos Diego, que había sido el más rápido.

- Venga Diego, ven aquí. Coge con cada mano una de las tetillas y apretando sin miedo, pero sin pasarte, estira hacia abajo intentando apuntar al cubo.

Y Diego, ayudado al principio por Manolo el monitor, comenzó a ordeñar y se sintió muy orgulloso cuando los primeros chorritos de leche cayeron en el cubo. Después fueron intentándolo, con distinto resultado, todos los demás.

Cuando hubieron finalizado el circuito de comida de animales, volvieron a la gran casa en la que estaban los comedores y dormitorios y se juntaron con el resto de compañeros, todos deseosos de contar sus experiencias. Finalmente, resultó que la más interesante había sido el ordeño de la vaca Paca, vaca a la que algunos niños ni siquiera habían visto todavía.

- Pues lo que podemos hacer cuando acabemos de cenar, sugirió uno de los niños del grupo de Diego, es enseñaros donde está y cómo se ordeña.
- No me parece una buena idea, contestó Diego. El establo de la vaca está más allá de los límites que nos han marcado para no ir solos…
- Venga, no seas miedica… que no va a pasar nada -le dijeron los demás-

Diego, no muy convencido pues no le gustaba desobedecer, les acompañó hasta el establo. Cuál no sería la sorpresa general al encontrarse la puerta del establo abierta y que la vaca Paca ¡¡había desaparecido!!

- Buenooo, ¿y ahora qué hacemos? pregunto un niño.
- Pues no sé contestó otro. Pero al castigo por pasar de la zona permitida vamos a añadir el castigo por perder a la vaca, pues no dudéis de que nos van a echar las culpas a nosotros…
- Sí, y llamarán a nuestros padres y nos expulsarán de la Granja. ¡¡Y a lo mejor del cole!!

Al oír todo esto, los más pequeños de grupo se echaron a llorar…

Diego, al ver que los nervios y el llanto se apoderaban de sus compañeros, si dirigió a ellos diciendo:
- Ya os había dicho que no me gustaba desobedecer. Si nos hubiéramos quedado en la casa, haciendo caso a lo que nos habían dicho los monitores, nada de esto habría pasado. Pero llorando y lamentándonos no vamos a arreglar nada.
- ¿Y qué podemos hacer? le preguntaron.

Diego se puso a pensar y a darles vueltas al coco… “Hummmm…….”

- Vamos a intentar arreglar este embrollo. Lo primero será encontrar a la vaca Paca, porque no se puede haber desvanecido en el aire. Luego la traemos de vuelta, la encerramos y volvemos todos a la Casa. ¿os parece?
- Si, si, venga, vamos, contestaron al unísono los demás
- ¿Y cómo lo hacemos?
- Bueno, contestó Diego. Ha llovido hace unos días, con lo que la tierra no está seca. Y como las vacas no vuelan, si se la han llevado tendrá que haber huellas de un camión o algo así y si se ha escapado ella, sus pisadas tendrán que haberse quedado marcadas. Con lo que, encended las linternas y dividíos en dos grupos. Cada grupo que busque por un lado huellas que no sean de zapatos.

Y así lo hicieron. Unos por la puerta de delante y otros por la parte trasera del establo, encendieron todos su linterna y comenzaron a examinar el terreno minuciosamente. Al cabo de un rato, desde la parte de atrás se oyeron unas voces:

- Aquí, aquí, ¡hemos encontrado huellas…!
- ¿De qué son?
- De la vaca. Ha pasado andando por aquí.
- Bien, sigámoslas –dijo Diego- Guardad silencio para que si encontramos a la vaca no la asustemos

En fila india, intentando hacer el menor ruido posible, y con Diego abriendo la marcha, iban iluminando con sus linternas el camino, buscando, como rastreadores de huellas, los rastros que hubiese dejado la vaca. Cuando llevaban un rato de marcha, y después de atravesar el riachuelo al estilo de los grandes exploradores, algunos niños comenzaron a tener miedo.

- No os asustéis, que sólo es de noche, pero no hay fantasmas, ni monstruos ni nada, les animó Diego. Sed valientes que ya debemos estar cerca.

Y efectivamente, poco rato después, encontraron a la vaca, que se había escapado a vivir su aventura. Pero ¿cómo iban a hacer para devolver al establo? No tenían cuerdas ni nada con que atar a la vaca y además, esta era mucho más fuerte que ellos.
Todos miraron a Diego, que se había convertido en el capitán de la expedición por saber solucionar todos los problemas. Y Diego volvió a pensar…

- A ver, vaciaros los bolsillos y colocad todo lo que tengáis aquí, en el suelo…

Los niños le obedecieron y empezaron a poner todos sus tesoros juntos en un montón, como les habían indicado.

- ¿Qué tenemos por aquí…? A ver… Unos granos de maíz y otros granos de avena, una zanahoria… Todo eso, supongo que es de lo que ha sobrado de dar de comer a los animales esta mañana ¿no? A ver qué más… ¿un salero?
- Sí, es que me lo metí sin darme cuenta esta mañana en el bolsillo cuando estábamos en el comedor… comentó una niña.
- Bueno, pues esto es lo que vamos a hacer: vosotros, buscad un palo largo, recto y que no pese mucho. Vosotros, retorced y atad varios pañuelos hasta formad una cuerda. Y vosotros, ayudadme a envolver en otro pañuelo toda la comida junta y a echarle toda la sal por encima.

Cuando todo estuvo preparado, Diego se acercó despacito a la vaca Paca y le dejó oler y lamer lo que estaba en el pañuelo. Diego explicó a sus amigos que a las vacas el grano, las zanahorias y sobre todo lamer la sal, les encantaba…

Cuando la vaca intentó seguir comiendo, Diego ató el pañuelo con la comida al final de la cuerda que habían hecho sus compañeros y el otro extremo de la cuerda al palo. Cogió el palo como si fuera una caña de pescar y se lo acercó de nuevo a la vaca que, al olerlo, lo quiso chupar otra vez. Diego se lo retiró un poquito y la vaca dio un pasito para acercarse. Diego volvió a retirarse un paso hacia atrás y la vaca volvió a dar un paso adelante. Y así poco a poco, despacito para que no se asustara, comenzaron a andar de vuelta al establo, con la vaca siguiendo al pañuelo que tenía los manjares tan ricos para ella.
Al rato llegaron al establo y con esta técnica lograron que se metiera en el mismo y mientras un grupo cerraba bien por atrás, el otro lo hacía por delante, a la vez que Diego daba su merecido premio a la vaca por colaborar tan amistosamente.

Ya con la vaca Paca en el establo gracias al ingenio de Diego, volvieron disimuladamente hacia la gran casa de la Granja. Esta vez se habían conseguido librar del desastre pero, por si acaso se prometieron no volver a desobedecer nunca más.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

3 comentarios:

Conxa dijo...

NO he podido terminarlo (falta de tiempo solo eh?)

NUNCA he sabido inventarme cuentos infantiles, ni cuando mis niños eran pequeños, así que realmente me das envidía. Creo que es todo un arte.

SONVAK dijo...

Pues, caray... Me ha gustado mucho, no solo es entretenido sino que también es instructivo. ¿Cuántos años tiene tu niño, Diego? ¿todavía es peque?... si es así, me encantaría tener una descripción de él para hacerle un pequeño regalito: una ilustración infantil del prota de los cuentos. Sería divertido.

Besos (SONVAK=KORE)

ENCANTADORA DE DEMONIOS dijo...

Me parece la mejor forma de enseñar a los niños, yo tambien me inventaba cuentos para mis hijos cuando queria que aprendieran algo. Algo sobre la obediencia, sobre las burlas a los demas niños y casi siempre los ponia de protagonistas a ellos.
Me encantan tus cuentos y me traslada a esos tiempos, ufffff ahora ya no me hacen ni caso!! jajaja
Un besin.